




A intervalos, recorro la ex-capital paladeando su esencia: la marabunta de voceadores, los cláxones de los taxistas, las incontables vendedoras, las barriadas obscuras de ladrillo desnudo que suben y bajan por las montañas… El carisma innegable de





Los montes y valles de Chuquisaca esconden en sus entrañas la auténtica esencia del pueblo quechua y de sus ancestros, los incas. Aún con la imagen de aquellas gentes y aquellos parajes en la retina, no puedo dejar de sentirme afortunado por haber conocido, en primera persona, esta civilización atemporal que resiste, atrincherada entre sus montañas, contra viento, marea y raciocinio occidental.
El ascenso al Altiplano: un paseo por las nubes
Comienza el ascenso: curvas, cuestas y aullidos revolucionados del motor. El día es gris y lluvioso en el valle, nebulosos en la subida y soleado en el Altiplano: hemos superado las nubes acumuladas al pie de la cordillera. En Oruro, transcurre medio día mientras busco alojamiento; por fin 29 horas después de abandonar Camiri, me tumbo en una irregular cama de paja que me parece gloria.
Días antes de la celebración, Oruro comienza a exhibir un impresionante despliegue folclórico, cultural y humano. La sublevación criolla contra los españoles, la invasión indígena de la ciudad, el carnaval, el homenaje a la Virgen del Socavón… los motivos de las fiestas se mezclan y confunden dependiendo del informador. La historia pasada es subjetiva, se ve, afortunadamente, que los colonizadores españoles no terminaron su “trabajo” ¿Pero qué importa algo de confusión bibliográfica con la historia actual borboteando por las calles?
La hermosa sierra de Camiri...
Durante mi estancia en la población, continúo indagando sobre la ruta a Fortín Ravelo, la aldea más cercana a aquella meseta misteriosa que vislumbré desde Buenos Aires a través de google maps y que ha sido mi “meca exploradora”: el objetivo final desde que salí de la capital argentina. Desde Camiri, debería atravesar de oeste a este la reserva nacional del Gran Chaco Ka-yla, zona sin carreteras y con escasas poblaciones aisladas. La empresa se presenta complicada y larga, así que resuelvo acudir primero al incipiente carnaval de Oruro, jurándome coronar la meseta antes de abandonar el país.
De ésta manera, paso algunos días en Camiri, el epicentro del decadente sector petrolero boliviano. Ésta es una Bolivia innegablemente distinta a la que yo conocí, pero me llena de recuerdos con aromas a Palosanto y hoja de coca. La mayoría de los locales son abiertos y resueltos conmigo, pero no se molestan en ocultar que, si yo fuese procedente de el Altiplano en lugar de la “gran madre” España, todo sería muy distinto. Una chica mestiza me cuenta orgullosa la ruptura unilateral con su ex-novio tras descubrir que éste era coya. A pesar de creerse tan modernos y occidentales, ésta gente parece haberse quedado varada entre el colonialismo y el apartheid.
Un camba de tragos por Camiri... hermano de la Monroe tampoco parece :P
Política aparte, Camiri me regala agradables charlas con la gente del mercado y bellos paseos por sus calles, ríos y montañas. La sierra tropical se me antoja un tsunami de vegetación que se encorva sobre la ciudad. Los niños me observan pasar desde sus casas, los evangelistas bautizan a sus fieles en armonía con la naturaleza...
Evangelistas bautizando en el río...
El panorama que me encontraría a mi entrada a Bolivia sería bien poco alentador...
De ésta manera, abandono caminando Mariscal Estigarribia en dirección a la aduana, que está a unos escasos dos kilómetros de distancia. Son las doce de una noche fantástica en la que marcho sólo por la carretera bajo miles de estrellas. Estos dos kilómetros son mucho más que un trámite: son el tránsito, el puente emocional desde el que abordo, tras años de evocación a mí amada Bolivia.
Cuando me disponía a abordar Ciudad del Este, no comprendía el aislamiento del país. Ahora, a punto de pisar tierra boliviana, percibo a Paraguay como el hermano olvidado por la descolonización; no sólo en el aspecto de las circunstancias socio-económicas, sino, lo que es más grave, en lo que respecta a la conciencia de su pueblo. Analfabetismo, indolencia y, tal vez religión, forman el yugo servil que mantiene a los campesinos sumidos en una oscuridad medieval. Se aprecian muchas carencias en una sociedad huérfana de cultura para cuyos hombres beber equivale a pelearse, y donde muchas jóvenes empeñan su vida de pareja con el aspecto económico como referencia primordial.
No obstante, las peculiaridades del Paraguay no se reducen a un orden económico o de clases: las supersticiones y prácticas poco ortodoxas son comunes en todo estrato social. Valga de muestra como Doña Beba, la abuela de “mi familia” rica de Itá, me explicaba con total seriedad el funcionamiento de su criadero de gorgojos (escarabajos), que habían de ser ingeridos, vivos, cada día en mayores cantidades hasta llegar a los 50 por jornada, como supuesto remedio para el cáncer y otras enfermedades.
Como última anécdota de la pintoresca etapa cultural que vive Paraguay, otro detalle al mas puro estilo de los “Dos minutos de Odio” que narra George Orwell en 1984. Un anuncio televisivo del Gobierno contra el revolucionario EPP: aparece un fondo blanco y suenan dos tiros simultáneos a la aparición de sus dos respectivos agujeros de bala. A continuación, una música oscura y violenta comienza a sonar mientras se suceden fotos de los cabecillas del grupo revolucionario. Todo se congela un instante y suena la voz de un hombre, estilo “telepantalla” de 1984, que dice: -Existen Enemigos del Pueblo Paraguayo, recompensa: 500.000.000 guaranis-.
Dado que carece de los grandes monumentos naturales o arquitectónicos de otros países latinoamericanos, Paraguay se presenta de difícil lectura para el visitante; y no porque la gramática de éste “libro” sea compleja, sino porque su belleza reside precisamente en su sencillez. Los ojos de un turista convencional, en busca de fotos de postal, solo verían una uniforme llanura verde sin interés; pero su gente, y la historia que vive el país guaraní, lo hace apasionante.
Paraguay, sencillo y hermoso
A las tres de la madrugada pasa el primer colectivo. Acuerdo un precio con el chofer y, como no quedan asientos libres, me acomodo en el piso. Contemplo así mis últimos kilómetros en suelo guaraní con una mezcla de alivio y melancolía. Paraguay, como Cuba, es un país al margen de la situación contemporánea global; un verdadero viaje en el tiempo que requiere un considerable esfuerzo de asimilación.
Al margen de sus problemas socio-políticos, son muchas, demasiadas para escribirlas todas, las alegrías, frustraciones y sorpresas que me llevo del Paraguay; pero, por encima de todo, destaca su sencillez, la hospitalidad de sus gentes y la sonrisa de sus niños. Gracias de todo corazón.