viernes, 5 de febrero de 2010

Chasco en el Chaco y huida bajo las estrellas...

El sol del amanecer me despierta y levanto el campamento. Mi ánimo se ha recompuesto, pero el paseo matinal por este pueblo que se despereza resulta decepcionante: imaginaba a los menonitas como una suerte de Amish, con sus costumbres y estéticas particulares, pero en realidad, la mayoría sólo son reconocibles por su tez blanca, pues han perdido todo vestigio característico de su religión.

Los menonitas, nacieron de una escisión de la iglesia católica conocida como los Anababtistas (rebautizadores). Los Anabaptistas (Suiza, 1523 d.c.) no encontraban en la Biblia una justificación para la existencia de la Iglesia como institución política y social: consideraban que los cristianos debían ser una comunidad de creyentes que, libremente decidían seguir a Cristo, y dar público testimonio de su fe por medio del bautismo de adultos. Así pronto, comenzaron a declarar sin validez el bautismo de los menores por el rito católico y a rebautizarse unos a otros, de ahí su nombre.

La persecución que sufrieron tanto por parte de la Iglesia Católica como de la Protestante, llevó a los Anabaptistas más exaltados a la revuelta de Münster (Alemania), reprimida brutalmente.

En 1553, Menno Simons, sacerdote católico holandés, conmocionado por la tragedia de Münster, abandonó la disciplina romana y se unió a los Anababtistas pacifistas, que eran la gran mayoría. La influencia de Menno llegó a ser tan notoria entre los Anababtistas, que sus adversarios comenzaron a llamarles “menonitas” a manera de insulto.

Perseguidos sin cuartel en toda Europa occidental, comunidades enteras de menonitas y otros anabaptistas se desplazaron forzadamente, estableciéndose en Europa oriental y, posteriormente, en las Américas.

La comunidad menonita del Paraguay llegó, procedente de Rusia, hacia 1930, empujados por las políticas de Stalin. La 2ª Guerra Mundial fue fatal para los menonitas que quedaron en Rusia, pues, por su idioma, fueron considerados alemanes, y muchos murieron o fueron deportados a Siberia.

Mi idea romántica de una comunidad fraternal de hermanos cristianos, choca frontalmente con la realidad: la gente aquí es arrogante y prejuiciosa. Más que una minoría exiliada y agradecida a sus protectores se me antojan como una élite de colonizadores.

Un menonita en su más pura esencia

Me he marcado como objetivo atravesar el Chaco paraguayo hacia el norte, hacia la ciudad de Lagerenza y de allá a Tapacaré, una aldea ubicada en la frontera con el departamento boliviano de Santa Cruz. El camino se presenta difícil, dada la escasez de transportes en la zona y las evidencias del mapa, que muestran el área como una tierra de nadie sin carreteras ni apenas poblaciones. El destino final es Fortin Ravelo, otra aldea, ya en el lado boliviano, desde la cual podré acceder a una pequeña y caprichosa meseta que pudiese observar hace semanas desde Buenos Aires, gracias a “nuestro señor todo poderoso” google maps. Como en aquel entonces me encontraba confuso y sin dirección, me propuse este inhóspito lugar como primer desafío.

Dado que Loma Plata no presenta ningún atractivo, decido abandonarla, e interpelo a los locales para informarme sobre los próximos pasos de la ruta. Pero estos muestran un desconocimiento absoluto sobre el tema; sólo son capaces de asegurarme que “Allá no hay nada” y que “Es puro desierto”. Un menonita se ofrece finalmente a llevarme a Mariscal Estigarribia, donde se supone que podré viajar en bus hacia el norte. Sin embargo, cuando vamos a abordar su auto me pregunta cuanto pienso pagarle y trata de amedrentarme asegurándome que no existen buses que lleguen hasta allí. Molesto por la maniobra, me ofrezco a pagarle la gasolina, pero el hombre me pide 100.000 guaraníes por ir y volver (menos de 100km) a lo que respondo con una sonrisa irónica y una seca despedida.

Me encamino a la terminal, donde una pareja de obesos menonitas me despacha rápido y groseramente. Acostumbrados a la sumisión de los paraguayos, se quedan noqueados cuando me niego a comprarles ningún boleto: -Como son tan antipáticos prefiero comprárselo al chofer- les digo mientras abandono las instalaciones.

Asqueado del trato con ésta pretendida casta superior, abandono Loma Plata en autobús y, durante todo un día, sufro transbordos e interminables esperas a unos 45ºC entre Filadelfia y Mariscal Estigarribia.

El atractivo de la zona es escaso, las temperaturas y la inoperancia de el sistema de transporte insufribles. Por fin, cuando tras 14 horas de odisea asfixiante llego a Mariscal Estigarribia, los empleados de la terminal me aseguran que “para tomar el colectivo al norte debería regresar a Filadelfia”. Desesperado, harto de luchar, desquiciado por el calor insoportable, me resigno a abandonar el Chaco paraguayo sin cumplir mis objetivos. Pasaré a Bolivia, una vieja conocida que, confío, me devolverá el aliento perdido.

El panorama que me encontraría a mi entrada a Bolivia sería bien poco alentador...

De ésta manera, abandono caminando Mariscal Estigarribia en dirección a la aduana, que está a unos escasos dos kilómetros de distancia. Son las doce de una noche fantástica en la que marcho sólo por la carretera bajo miles de estrellas. Estos dos kilómetros son mucho más que un trámite: son el tránsito, el puente emocional desde el que abordo, tras años de evocación a mí amada Bolivia.

Cuando me disponía a abordar Ciudad del Este, no comprendía el aislamiento del país. Ahora, a punto de pisar tierra boliviana, percibo a Paraguay como el hermano olvidado por la descolonización; no sólo en el aspecto de las circunstancias socio-económicas, sino, lo que es más grave, en lo que respecta a la conciencia de su pueblo. Analfabetismo, indolencia y, tal vez religión, forman el yugo servil que mantiene a los campesinos sumidos en una oscuridad medieval. Se aprecian muchas carencias en una sociedad huérfana de cultura para cuyos hombres beber equivale a pelearse, y donde muchas jóvenes empeñan su vida de pareja con el aspecto económico como referencia primordial.

No obstante, las peculiaridades del Paraguay no se reducen a un orden económico o de clases: las supersticiones y prácticas poco ortodoxas son comunes en todo estrato social. Valga de muestra como Doña Beba, la abuela de “mi familia” rica de Itá, me explicaba con total seriedad el funcionamiento de su criadero de gorgojos (escarabajos), que habían de ser ingeridos, vivos, cada día en mayores cantidades hasta llegar a los 50 por jornada, como supuesto remedio para el cáncer y otras enfermedades.

Como última anécdota de la pintoresca etapa cultural que vive Paraguay, otro detalle al mas puro estilo de los “Dos minutos de Odio” que narra George Orwell en 1984. Un anuncio televisivo del Gobierno contra el revolucionario EPP: aparece un fondo blanco y suenan dos tiros simultáneos a la aparición de sus dos respectivos agujeros de bala. A continuación, una música oscura y violenta comienza a sonar mientras se suceden fotos de los cabecillas del grupo revolucionario. Todo se congela un instante y suena la voz de un hombre, estilo “telepantalla” de 1984, que dice: -Existen Enemigos del Pueblo Paraguayo, recompensa: 500.000.000 guaranis-.

Dado que carece de los grandes monumentos naturales o arquitectónicos de otros países latinoamericanos, Paraguay se presenta de difícil lectura para el visitante; y no porque la gramática de éste “libro” sea compleja, sino porque su belleza reside precisamente en su sencillez. Los ojos de un turista convencional, en busca de fotos de postal, solo verían una uniforme llanura verde sin interés; pero su gente, y la historia que vive el país guaraní, lo hace apasionante.

Paraguay, sencillo y hermoso

A las tres de la madrugada pasa el primer colectivo. Acuerdo un precio con el chofer y, como no quedan asientos libres, me acomodo en el piso. Contemplo así mis últimos kilómetros en suelo guaraní con una mezcla de alivio y melancolía. Paraguay, como Cuba, es un país al margen de la situación contemporánea global; un verdadero viaje en el tiempo que requiere un considerable esfuerzo de asimilación.

Al margen de sus problemas socio-políticos, son muchas, demasiadas para escribirlas todas, las alegrías, frustraciones y sorpresas que me llevo del Paraguay; pero, por encima de todo, destaca su sencillez, la hospitalidad de sus gentes y la sonrisa de sus niños. Gracias de todo corazón.

2 comentarios:

  1. Hola campeón!! Una vez más un relato lleno de emociones y sensaciones mágicas. No dejes de escribir, el mundo es tuyo.

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  2. en una de sas noche, en la temporada de verano, en la ciudad de las mejores fiestas, dónde sólo van personas que con solo mirar sus vestidos dan una abobetada a la clase humilde, allí esta caminando el hombre mas exótico de la fiesta que con mirar ese rostro lindo di cuenta que sudamericano no va ser y que alegro mis ultimas horas en esa disco.. Gracias por visitar mi pais, gracias por intentar retratarlos, gracias por el helado.. saludos!! Noe

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