miércoles, 20 de enero de 2010

Remansotoro, belleza asiática.

Gracias al favor del intendente de Colonia Yguazu podría visitar Remansotoro: la reserva de los indios Mby´a, según decían en San Miguel , bastante inaccesible, tanto geográfica como humanamente hablando.

Que la gente del barrio, a cuyo corazón me había costado tanto llegar, dijera eso de sus vecinos me chocaba. ¿Serían acaso caníbales? ¿O estaría ante un nuevo prejuicio como el de muchos españoles con los latinoamericanos o los argentinos con los paraguayos? De oca a oca y tiro a romper otro tabú: al día siguiente, el servicio municipal de basuras me dejaría, de forma nada glamurosa pero efectiva, a pocos kilómetros del asentamiento indígena de Remansotoro.

Al amanecer, con el corazón encogido por el desapego, me despido de algunos amigos que ya se han levantado. Escribo una sentida carta para Elsa, su familia y las gentes de San Miguel y abandono mi último hogar. "¡Te esperamos!". "¡Vuelve pronto!" decenas de veces me detengo por el camino. Cada muestra de afecto va sumándose, eslabón a eslabón, en una preciosa cadena que me atenaza. A su lado, mi mochila es tremendamente liviana.

La última noche, mis amiguitos me despidieron llevándome una gran sandia a casa de Elsa


Obligo a mis piernas a continuar sin demora, y creo, que no respiro hasta salir del barrio. A buen paso, continúo hasta la residencia de la pareja de funcionarios, el punto de encuentro con mi "carroza" municipal. "¡Puntualidad española!" -me regaña la funcionaria- Mi despedida del barrio me ha demorado más de 30 minutos y el camión ya se ha marchado. El alcalde, en una nueva demostración de generosidad, me envía su coche, tripulado por el chófer oficial del municipio. No puedo sino sonreir discretamente ante la disparatada situación, en la que paso de viajar en le camión de la basura a hacerlo en el transporte oficial del mandamás del departamento.

El viaje, a pesar de la categoría de mi transporte, resulta del todo menos placentero: vadeamos charcos y lodazales inmensos y, mas de una vez, estamos a punto de salirnos de la "carretera" derrapando por el lodo.

Entre otras gestiones, el intendente también ha hablado con el cacique (jefe) de la reserva y con el director del colegio para anunciarles mi llegada. Así, dentro de la precariedad que reina en Remansotoro, puedo disponer de una habitación, sin cama pero con luz, puerta y cerradura, todo un lujo comparado con las casas de adobe o madera de los locales.



Los rasgos faciales de los nativos son pronunciados y hermosos. Muchos niños visten de vivos colores y la luz roja de la tierra y el sol se compinchan con su piel dorada para regalarme bellísimas instantaneas. No obstante, mi llegada a Remansotoro me ha resultado menos impactante que la de San Miguel; ¿Será que mi capacidad de asimilación ha tocado techo?















Los "civilizados" del lugar, o sea: mi chofer, el director del colegio y los demás funcionarios me hacen una pequeña ruta para que tome las fotos de rigor. Después, me insisten para que regrese con ellos a Colonia Yguazu. Ante mi negativa, se aseguran de que tenga todo lo necesario y me prometen, como si me abandonasen en las fauces de los lobos, volver a buscarme mañana a primera hora... siempre que no llueva. En caso de fuertes precipitaciones, la carretera queda inutilizable, dejando aislada la reserva.
Con esta información lapidaria en la cabeza, contemplo como se alejan los coches de los funcionarios. Mi soledad dura bien poco: como en una canción de Maná, el chamán viene a buscarme para descubrirme los encantos de la aldea, para abrirme las puertas de los hogares y para enseñarme aquel paraíso de colores.

Para ser justos con la verdad,hay que decir que mi nuevo guía es bien poco comercial: se llama Francisco, y en vez de un hueso en la nariz lleva la gorra de una compañía de seguros. Sin embargo, apesar de este matiz de realismo, personaje y lugar rezuman autenticidad. Así, paso la tarde compartiendo sonrisas con los Mby´a y lanzando miles de fotos para entusiasmo de los niños y tendinitis de mi brazo derecho.

Los paseos con el chamán a traves de los maízales, las "charlas" de gestos y carcajadas con los nativos sin entendernos una palabra, los baños en cueros en el río... todo continúa en la misma esencia de San Miguel: felicidad, sencillez, algún atavismo salvaje, y un entorno de ensueño.



Mientras lanzo fotos y más fotos, rezo por que un diluvio universal anegue el camino a Yguazu y me separe de la civilización. Ya de noche, escucho gozoso el constante tintineo de la lluvia sobre el tejado de aluminio: está visto que mañana no me voy de aqui.

Por la mañana, salgo alegre y dinámico. Me lavo la cara con el agua fría del pozo y me planteo la jornada: debo procurarme alimentos y agua, pues mis pertrechos estaban previstos para un solo día. Garcilano,el hijo del chamán, se ofrece a llevarme hasta el único negocio donde puedo comprar vitualla, pero por el camino comienzo a cojear: una herida que me hiciese jugando con los niños de Colonia Yguazu se ha infectado. La zona comienza a hincharse y el dolor se vuelve constante. Para colmo, la tienda apenas dispone de alimentos por la incomunicación que han venido sufriendo por las últimas lluvias. Lo más grave es que tampoco tienen agua embotellada u otra bebida que pueda ofrecerme garantías. Mis reservas de agua no durarán otro día; podría arriesgarme a beber agua del pozo, pero una diarrea, unida al estado de mi pie izquierdo me incapacitaría para salir de aqui por mis propios medios.

Así las cosas, desinfecto mi herida como puedo, corto por la mitad mis botellas vacías y las dispongo para recoger el agua de lluvia. Si deja de llover, mañana vendrán a buscarme; si no, en cuanto mi pie se recupere, podré emprender el regreso, a pata, con nuevas reservas de agua.

1 comentario:

  1. que pasada de fotos jon!! me tienes que enseñar el resto eh? a ver si estamos un dia de estos y me "muero" de envidia cuando me cuentes el viaje jejeje muxu bat

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