lunes, 1 de febrero de 2010

Las "pateras" del río Paraguay...

Tras abandonar Itá, embarco hasta Asunción y desde allí, espantado una vez más por la degradación y la miseria de la metrópoli, parto para Concepción, desde donde podré tomar un barco por el río Paraguay hasta la frontera boliviana.

Concepción es una ciudad pequeña y tranquila: nada que ver con las desalmadas Asunción y Ciudad del Este. En seguida me abordan dos jóvenes curiosos que me llevan en su moto hasta el río. Como ya me tiene acostumbrado éste país, la localidad me obsequia con un familiar puerto donde pasar la noche bajo protección de su custodio (vigilante).


La luz dorada del ocaso ilumina mi baño inaugural en el río Paraguay. Mientras, barcas de remos y osados nadadores van y vienen entre los muelles y una idílica isla de casitas que se ubica frente a nosotros y me hace evocar la “felicidad sencilla” descubierta en mi llegada a San Miguel.

El Aquidaban, viejo barco que me llevará mañana hacia el norte, está aquí, delante de mí, exhibiendo su experiencia e innegable encanto senil.

Acunado por la brisa cálida del río, me acuesto en mi esterilla desechando montar la carpa y pagándolo, a lo largo de la noche, con decenas de picotazos.

Al amanecer, varias familias de campesinos aguardan ya frente al Aquidaban. Progresivamente, van viniendo coches, tractores y vehículos de tracción animal cargados de gente y de toda clase de objetos inverosímiles en éste entorno, como sofás o neveras. Me dirijo a la pasarela e interpelo al marinero que monta guardia sobre la forma de organizar el pasaje y su carga que, a todas luces, rebasará, con mucho, la capacidad del buque. El hombre, echa un rápido vistazo sobre la marabunta que aguarda paciente y me responde con un sincero y escalofriante -Sin apuro, hoy iremos a media carga-

Algo en éste pintoresco cuadro fluvial me recuerda vagamente a la surrealista India…

Cuando el patrón da la orden de abrir las pasarelas, la gente se precipita en busca del mejor lugar y el Aquidaban se convierte de pronto en un hormiguero humano. Las hileras de estibadores van y vienen portando toda clase de cargas y esquivándose por los pasillos. En la proa se amontonan (literalmente) muebles, electrodomésticos, motos y las familias menos afortunadas en el reparto de ubicaciones. Algunos de ellos deberán sufrir hasta tres días de viaje sobre cubierta, bajo un sol implacable y a más de 40ºC. Sin embargo, aquí nadie protesta ni discute; todo se acepta “tranquilo ba”, como dirían en Guaraní.

Por mi parte, logro ubicarme en el piso inmediatamente superior a la bodega, que está totalmente llena y la carga rebasa su teórico nivel hasta casi nuestro techo en algunos lugares. A duras penas me puedo deslizar entre frutas, gentes y verduras, pero al menos, estoy a cubierto del sol.

Con un golpe de suerte, logro hacerme con una de las hamacas que cuelga sobre los alimentos. Dado que aquí abunda la comida, y no siempre fresca, las cucarachas son las reinas y mi hamaca está llena de pequeñas heces, a todas luces de roedor. Dormiré apretujado junto a dos compañeros y con un saco de cebollas clavándoseme entre las nalgas y la espalda; sin embargo, me siento inmensamente libre y afortunado.

Durante toda la jornada navegamos río arriba, sin pausa y lentamente; con el run-run y el calor del motor arcaico llenando el aire. Los cuarenta y pico grados de el medio día hacen del Tereré (mate frío) el mejor amigo, y del viento, un dios caprichoso que nos alivia o tortura a voluntad.




Con el frescor revitalizante del atardecer, me aventuro por el piso superior, esquivando cuerpos humanos tendidos por todas partes. La hostilidad de la gente coaccionan por primera vez mis fotos: la actitud con la que me reciben es opuestamente distinta a la de las gentes San Miguel o Remansotoro. Los hombres son especialmente rudos y agresivos, incluso sin alcohol, y visten gorros y botas de cow-boy. Son los estancieros: los vaqueros del S.XXI y, viéndoles aquí, me los imagino perfectamente desenfundando un revolver o participando en una pelea “western” en un saloon.

Tras una noche tranquila, sólo turbada por los gritos de los borrachos y la intrusión de algunas cucarachas en la hamaca, llegamos a Puerto Casado al medio día. Aunque mi idea inicial era continuar durante otras dos jornadas hasta Bahía Negra, próxima a las fronteras boliviana y brasileña, he decidido apearme aquí. Considero que ya he interiorizado suficiente la experiencia fluvial, y prefiero sacrificar los otros días de “crucero” para poder conocer el inhóspito Chaco paraguayo, cuna y origen de los rudos estancieros.

Para completar el retrato de la región y tratar de explicar el tenso ambiente que se respira, hay que hacer notar que ésta es el área donde opera el Ejercito del Pueblo Paraguayo (EPP), una suerte de FARC aunque de menor envergadura…

1 comentario:

  1. Fotos, experiencias y bonitos recuerdos se mezclan en este blog maravilloso que, sin duda, nace en el mejor momento.

    Cuando el mundo parece limitarse a "sobrevivir", a cambiar el tiempo por dinero y a renunciar a sus sueños para someterse a hipotecas interminables y bronceados de catálogo... cuando las sonrisas se desdibujan en los rostros de las personas amigas por la fatiga del trabajo y el ánimo parece caer en la desidia... tus palabras son el mejor regalo.

    Gracias por los momentos que compartimos en este viaje y por demostrarme que todavía es posible vivir "viviendo".

    ResponderEliminar